Trilogía de la Guerra Civil: SEGUNDA PARTE




Esta historia está inspirada en las vidas de Miguel Calzada y Amalia Marqués.
Aunque tiene numerosos elementos ficticios, el espíritu de los
personajes y la esencia de sus historias se han mantenido intactos.




PARTE 2

EL TREN DE LA UNA Y CUARENTA Y CINCO


Llevaban más o menos dos horas sin jugar y Amalia se aburría. Sus pies no estaban acostumbrados a tanto caminar, y mucho menos sus zapatos, ajados ya, sucios. Para no tropezar, observaba con determinación cada zancada que daba. Todo el mundo andaba muy deprisa, como si les fuera la
vida en ello. Amalia no lo comprendía. Estaba furiosa por aquella excursión súbita, improvisada. Echaba de menos su cuarto. Echaba de menos su cama. Además, sus piernas eran más cortas que las de su madre, que agarraba su mano con fuerza e indicaba enérgicamente el camino. Empujaba.
A veces, le apretaba demasiado la muñeca. Parecía cansada. Debía estarlo, pues llevaban días marchando. Y aquel día, horas. ¿Por qué no paraban a descansar entonces? Amalia no entendía nada. Sólo sabía que llevaban más o menos doshoras sin jugar y se aburría. Sin embargo, no protestaba. No tenía fuerzas para escenificar una rabieta y la última queja le había valido un par de azotes. Existía, en aquel grupo errante, una sensación latente y obvia de que había que portarse bien.
Algunos niños lloraban a ratos, aunque sus madres no se detenían. Nadie se detenía.
El objetivo era coger el tren de la una y cuarenta y cinco que venía de Cantabria. Había oído a su madre hablar de ello con la señora Blasco. Solía andar cerca de ellas, pero tras el último juego se habían separado. Amalia no sabía muy bien a dónde había ido. Igual se había parado a descansar.
A lo lejos, casi rozando los oídos de la pequeña, el sonido de un avión se presentó imparable. A Amalia no le gustaba el ruido, pero sonrió. Iban a volver a jugar.
De un golpe seco, todo el mundo dejó la marcha y se puso de cuclillas. La madre de Amalia asió sus hombros con fuerza y le recordó deprisa las normas del juego. Todos los niños llevaban
un palo de madera en el bolsillo. Para comenzar, había que metérselo en la boca, entre los dientes. Después, agacharse y taparse muy fuerte los oídos. El que aguantara menos en aquella postura perdía. No dejar caer el palo de la boca era esencial para ganar.
Amalia no necesitaba oír las normas de nuevo, se las sabía de memoria. Además, nunca había perdido.
Debía ser bastante buena, pensó mientras apretaba sus oídoscon los dedos índices.
Debía ser bastante buena.

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