Diario de una viajante




Parque Nacional Banff. Alberta (Canadá).
26-05-2014

Tampoco era cuestión de acercarme demasiado. O demasiado poco. De pie, mojada y bastante preocupada, consideré moverme. Despacio y con mucho cuidado, arrastré mi pie descalzo por la tierra húmeda. No era un amago de fuga. Tan sólo intentaba ver la reacción del animal. Nada, la bestia ni se inmutó. Continuó mirándome y babeando. 
De reojo, busqué la tienda de campaña. No estaba lejos. No estaba cerca tampoco. Además, sus paredes débiles no auguraban precisamente la salvación. Rubén aún dormía dentro. Me pregunté qué ocurriría si, de pronto, despertaba.

No parecía un lobo violento. Estaba más o menos tranquilo. Pero me miraba, me miraba con ganas. O quizás era curiosidad. 
Tras la fiera, el lago Moraine se mostraba soberbio, casi señorial. Sus aguas, frías pero agradables, resbalaban todavía por mi piel. Goteaban.

Habíamos llegado prácticamente al final de la ruta. Es la primera vez que acampamos más de una noche y ha sido toda una maravilla. A Rubén, lo que más le gusta es andar, pisar la tierra empapada. Me recuerda a los niños pequeños que chapotean en los charcos. Y respirar. Le encanta inhalar con fuerza el aire glacial, el aire limpio. A mí lo que me entusiasma es el agua. Bañarme en ella, pero también tocarla, probarla, hacerle fotos. En lugares como este, el agua tiene una presencia bruja. Hoy era nuestro último día en el bosque, así que me había levantado pronto para aprovechar la laguna... aunque solo fuera unas horas más. Fue al salir cuando me topé con el lobo. 

No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba allí de pie, pero debía de ser bastante, pues estaba seca. Ya no goteaba. Por primera vez, miré al animal directamente a los ojos. Eran amarillos y brillaban. Sin embargo, no sentí miedo. Algunos lugares conectan con tu forma de vivir el mundo. Algunos lugares te hacen sentir bien. Hacía mucho tiempo que Rubén y yo nos habíamos propuesto recorrer el Sudeste de Canadá en coche, y ahora que está sucediendo, todo a mi alrededor parece tener más sentido. De alguna forma u otra, estoy segura de pertenecer a estos parajes.

Sin pensarlo demasiado me di la vuelta y caminé hacia la tienda. La ropa seca que había preparado descansaba sobre mi mochila. Me puse la camiseta y, sin prisa, me di la vuelta. El lobo se alejaba paseando. 
6 Kilómetros más adelante nos esperaba nuestra furgoneta, fiel, sucia. Me tocaba conducir a mí. Ahora, Rubén conduce mientras yo escribo. No sé por qué lo hago. Puede que tenga miedo de olvidar lo que ha pasado. Me pregunto si algún día se lo contaré.

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